El “Villarato” según Relaño (parte II)
Les anexo a continuación la segunda parte del artículo de Alfredo Relaño, sobre el polémico “Villarato”. Debido a su extensión lo tuve que dividir en varias partes…
Volveré sobre este tema más abajo. Pero es una constante que los que llegan más arriba no son los árbitros que menos fallan, sino los que cuando fallan lo hacen como viene “al sistema”. Esos son los que arbitran los últimos tramos de de las grandes competiciones, los grandes partidos de las ligas, los que llegan a internacionales, a fases finales de Eurocopas o Mundiales. ¿Han visto a algún árbitro equivocarse en algún Mundial contra Alemania, Brasil o Italia? Si alguna vez les ha podido pasar, ha sido porque jugaban directa o indirectamente contra el equipo local. Por ejemplo, a Alemania le dieron un gol en contra que no fue en la final de 1966, contra Inglaterra, en Wembley. (En aquel Mundial hubo una jornada de ignominia, en cuartos. Coincidieron un Inglaterra-Argentina, con árbitro alemán, y un Uruguay-Alemania con árbitro inglés. Los dos cumplieron escrupulosamente con lo que se esperaba. Aquello abrió una brecha futbolística, aún no cerrada, entre Sudamérica y Europa). A Italia la escalfaron ante Corea, en el mismo Mundial que a nosotros. Luego cuando Corea se enfrentó a Alemania en semifinal ya no hubo nada raro. A Brasil le anularon un gol inaudito en el Mundial de Argentina. Algo nunca visto: sacó un córner, contra Suecia ¿? Y lo cabeceó Zico a gol. El árbitro dijo que el tiempo se había cumplido entre el saque del córner y el cabeceo de Zico, sólo que el remate le sorprendió llevándose el pito a la boca, de ahí que el pitido no fuera el del gol, sino el final del tiempo.
Así que no es de extrañar que a nosotros, que siempre hemos ido de panolis, nos haya ido generalmente mal. ¿Recuerdan el codazo de Tasotti (ay, Italia) a Luis Enrique y la sangre de éste? Por supuesto recuerdan lo de Al Ghandour contra Corea. ¿O el gol de Michel contra Brasil en México?
Pero ha habido una excepción, recuerden: nuestro Mundial. Hasta un penalti fuera del área nos concedieron, para que saliéramos adelante en la primera fase. Más allá no pudieron arrastrarnos, ni falta que hacía. Llegaron Italia y Alemania a la final. Sin salir de ese campeonato, pueden ustedes recordar que Lamo Castillo (nuestro árbitro para el evento, hoy cómodamente instalado en las alturas del fútbol mundial) abrasó a la URSS en su partido en Sevilla contra Brasil. O cómo a Gentile le permitieron todo frente a Maradona, el día que Italia ganó a Argentina, cuando Grondona no era lo que es hoy. O el bochorno universal que sentimos cuando Schumacher abatió a Battiston, por cuya vida llegamos a temer, con aquel caderazo en la cabeza, sin consecuencias.
Arbitrar así es una ciencia, una artesanía, un arte, un cinismo, algo de todo eso. Llegan más arriba los que mejor lo hacen. Tiene que parecer un accidente, un descuido, si no no vale. Si te pasas te apartan, porque “Roma no paga a traidores”. Pero peor que pasarse es equivocarse como no conviene.
Y no es una conspiración. No hay que decir nada, nada debe notarse, a nadie se le felicita expresamente cuando hace algo así. Pero sigue prosperando. Y el fútbol da oportunidades. Casi en cada partido hay dos o tres jugadas dudosas, de esas que usted o yo tenemos que ver cuatro veces repetidas; con fallarlas todas en la misma dirección, ya se ha hecho suficiente por la causa.
Y no se extrañen de que lo hagan tan bien. Hablamos de un puñado muy selecto, escogido de entre una población arbitral altísima. Y gente que puede llevar veinte años perfeccionando esa habilidad.