miércoles, 11 de mayo de 2011

El “Villarato” según Relaño (parte I)

El director del diario deportivo AS, Alfredo Relaño, publicó un artículo la semana pasada sobre lo que el entiende como “Villarato” que a la vez de ser tremendamente polémico está muy bien estructurado. En el carga sobre todo contra la forma en que ha dirigido Ángel María Villar a la RFEF y habla sobre los presuntos favores que ha recibido el FC Barcelona en estos años.

Estén de acuerdo o no con esta teoría les recomiendo que la lean y que comenten cual es su opinión.

Vaya por delante que cuando acuñé la palabra “villarato” no fue en relación a los favores arbitrales al Barça, sino en referencia a la forma “sui generis” de Villar de ejercer el poder y mantenerse en él. Y en alusión a la longevidad de su mandato. Ya saben a qué me refiero: renuevo a Clemente porque sí, si le echo, le pago, si echo a Luis Suárez no le pago, la Selección no va a Zaragoza (o ha ido una sola vez en veinticinco años) porque el de la federación aragonesa no me vota, al de la castellano-manchega que no me votaba le doy el fútbol sala porque así me votará, a Samper, que a través de Santa Mónica me adelanta un dineral le doy un España-Argentina para que estrene su campo con el césped sin asentar (lesión de Maxi)…

Copa_Mundial_de_la_FIFA_ganada_por_EO simplezas como decirle a Esperanza Aguirre (a la sazón ministra de Cultura y Deportes) que no hay que pedir la Eurocopa junto a Portugal (cosa que pidieron ellos) porque la vamos a conseguir por nuestra cuenta para luego encontrarse con que quien la gana es ¡Portugal! O emprender el asalto a la concesión del Mundial-2018 sin buscar la menor complicidad del Gobierno ni de nadie, fiado en sus “extraordinarios” contactos internacionales. (Ya saben “pactó” con Catar un intercambio de favores y el gato al agua se lo llevaron Rusia y Catar). Y ese fasto cutre del avión lleno de gorrones de aquí para allá, con la Selección adonde vaya, para recibir el retorno en votos. O eso de tener una copa del mundo expuesta en el Museo de la Federación y el mismo día (muchas, muchas veces ha pasado esto) otra copa itinerante expuesta en cualquier punto de la piel de toro para que los aficionados se hagan fotos junto a ella. Sin avisar que ninguna de las dos es real.

O ese ir y venir acopiando dietas, con la Federación paralizada a la espera de él para tomar una decisión. O ese Reglamento de Competiciones, más viejo que Garibaldi, redactado de una manera casi ilegible, interpretable de una y otra manera, con sus gerundios insistentes, frases subordinadas y con frecuencia artículos que se contradicen. (Acabamos de tener el caso de la denuncia del Granada al Barça B, paradigmático). O esos comités que en lugar de justicia hacen política, que a épocas entran de oficio y a épocas no, que por la misma cosa ponen un año cuatro partidos a alguien y tres años después sólo uno, nadando en esos sargazos jurídicos de que está llena la normativa para que todo pueda traducirse en la ley del embudo.

victoriano-sanchez-arminio_55_amplia[1]Todo eso y varias cosas más de esta índole (no quiero aburrirles) y la permanencia en el tiempo de ese estado de cosas y de la persona que las simboliza y se perpetúa es lo que hace ya algún tiempo di en llamar “villarato”, discreto elogio al personaje. En realidad Villar no inventa el “villarato”, es algo tan viejo como el poder, que siempre ha ideado técnicas para mantenerse. Pero el suyo es un caso tan próximo, tan prolongado y tan de catón, que merece el homenaje de un término que le sobreviva.

Y los árbitros, en la mano. Con el hombre más fiel, Sánchez Arminio, y el más devoto, Díaz Vega. Esos árbitros cuya labor no puntúan los clubes, sino un comité estricto que al final de la temporada suma y luego aplica un “factor de corrección”, para que la escala se acomode más aún al criterio que conviene. Árbitros, gente sufrida y de buena fe (descarto desde hace años, cuando Porta desmanteló una trama, que haya venta de árbitros en nuestro fútbol. No las hay).

Pero hombres, en fin. Hombres sobre cuya carrera profesional deciden otros. Deciden los servidores del “villarato”, sus jefes, puestos ahí por Villar. Ellos deciden quién es internacional o no, quién merece bicocas muy bien pagadas como ir a arbitrar unos mesecitos a Japón, o a dar un cursillo de árbitros a Catar. O a quién se le escucha a la hora de recomendar a tal coleguilla del terruño, que viene bien y promete. Lanzar árbitros del terruño, apadrinar y ver triunfar a jóvenes que practican el oficio en su regional, es una de las cosas que más felices hacen a los árbitros consagrados. (El árbitro es muy de la patria chica, porque es el único sitio donde no le insultan, al menos una vez que llega arriba. O porque en la regional le insultaron tanto que desarrolló un “síndrome de Estocolmo”, vaya usted a saber).

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